"Sois viejo, padre Guillermo", dijo el joven,
"y vuestro pelo se ha puesto ya muy cano.
Sin embargo, ¡os estáis poniendo siempre de cabeza!
¡Decidme! ¿Os parece eso bien a vuestra edad?"
"En mi juventud" replicó Guillermo a su hijo,
"temí que me hiciera daño a los sesos.
Pero ahora, cuando sé que no me queda ninguno,
¡vaya! ¡lo hago cuando me viene en gana!"
"Sois viejo", dijo el joven,"como antes observé,
y habéis engordado de manera descomunal.
Pero al cruzar el umbral, ¡dísteis una voltereta hacia atrás!
Os ruego me respondáis:¿cómo explicáis el portento?"
"En mi juventud", replicó el anciano sacudiendo sus blancos cabellos,
"mantuve bien la agilidad de mis miembros
con este ungüento. ¡A un chelín la caja!
¿Me permitís que os venda unas cuantas?"
"Sois viejo", dijo el joven, "y vuestras mandíbulas,
ya débiles, no pueden mascar más que manteca.
Y, sin embargo, ¡os habéis comido un ganso sin dejar ni un hueso!
¿Cómo, os lo pido, habéis logrado hacerlo?"
"En mi juventud", dijo el padre, "estudié leyes
y en todo discutí con mi mujer.
Con todo eso, desarrollé tal fuerza muscular en la mandíbula
que me ha durado ¡para el resto de mis días!"
"Sois viejo", dijo el joven, "y nadie diría
que conserváis aún la vista de antaño.
Y sin embargo ¡hacéis equilibrios con una anguila bajo la nariz!
¿Cómo habéis podido desarrrollar talento tan desmesurado?"
"A tres preguntas he respondido y ¡basta!", dijo el padre.
"¿Acaso he de aguantar todas esas necedades? ¡Menos humos! y
¡fuera de aquí! No vaya a ser
que de una patada te eche a rodar escaleras abajo!"
(Lewis Carroll, "Alicia en el País de las Maravillas")
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